domingo, 2 de septiembre de 2012

CANTO A LA VIDA

He salido de la oficina. Por fin he obtenido un trabajo, el primero decente en 16 años... el primero decente en mi vida.
Poco me podía imaginar que hace ya esos 16 años, con mis tiernos 19 iba a tener mi primer y fatal encontronazo con el diablo, un diablo de plástico con una pequeña aguja en su extremo. Un diablo que me acompañaría fiel y traicioneramente la mitad de mi vida. Vino de la mano de un gran amigo mio, un leal servidor del mismo sin él siquiera saberlo... como acabamos siéndolo todos los que le conocemos.
Mi querido y odiado diablo me susurraba continuamente cosas, cosas que aparecían como sugerentes en mi cabeza, pero cosas que mi razón detestaba con firmeza y terror. Pronto mi pareja fue insuficiente para mi, mis compañeros en mi universidad crueles competidores que envidiaban (y por ello repudiaban) mi nueva mejor compañía. Incluso mis estudios me parecieron una triste realidad en comparación con la que la compañía de mi nueva pareja y amistad, y acabe supliéndolo todo por la compañía de mi querido diablo. Pronto aquella voz en mi cabeza, la cual largo tiempo atrás llamé razón, quedó anegada y desterrada por mi nueva mejor compañía.
Incluso mi madre acabó quitándose la vida por no poder soportar a mi fiel compañero. Ella no podía entendernos... nadie podía, y por ello renegué hasta de su funeral.
Me fui del país, nada me retenía allí ya. Mi inseparable compañero y yo nos fuimos lejos, donde nadie nos estorbase.
Muchos años pasaron hasta que me vi en la calle con él, y pronto comencé a odiarle y a amarle. Le odiaba por haberme arruinado la vida, pero no podía vivir sin él.
Un día me encontré con un hombre en la calle. Su nombre resulta irrelevante, pero no sus enseñanzas. Todos los días me invitaba a comer. Entablamos gran amistad para lo que la mendicidad permite, y le cogí un aun más grande cariño. Cuando conoció a mi demonio se enfadó. No le gustaba mi compañero, y a mi tampoco, pero yo no podía abandonarle así como así. Tan grande fue su cólera ese día que renegó de mi. Eso me asustó y enfadó. Me levanté y le golpeé. Le deje inconsciente en el suelo y le robé todo lo que tenía, entregándoselo todo a mi demonio. Y esta vez comencé a llorar. A llorar profundamente. Y con las lágrimas afloró de nuevo una voz en mi interior, la voz de la razón. Y por primera vez esta resultó victoriosa. Mi demonió flaqueó, considerando mi voluntad quebrantada. Y decidí deshacerme de él. Larga fue la lucha, e incontables sufrimientos me costó. Pero conseguí desterrarle de mi vida, pero no sin una cicatriz perenne en mi cuerpo y en mi alma.
Ahora me encuentro aquí, caminando, sabiendo que, 16 años más tarde, he recuperado parte de mi antigua vida, y que esta parte me ayudará a recobrar el resto de la misma. Cuando paso junto a un callejón veo a tres chavales jóvenes en el suelo. En este hay una jeringuilla tirada. Cuando me fijo bien veo a mi demonio. Ha encontrado nuevos compañeros y me saluda ácida e irónicamente. Pero esta vez no. Pues en mi ha encontrado la vida un nuevo paladín. Ha encontrado a un bardo dispuesto a cantar a los cuatro vientos su canción. Una canción de esperanza. Un canto a la vida.
Con paso decidido me encamino a tratar de lanzar un rayo de esperanza sobre la vida de alguno de esos jóvenes, como aquel hombre lanzó a la mía.