lunes, 16 de enero de 2012

El resurgir de la oscuridad

Allí estaba, meditando sobre la cama de aquel mugriento hostal, cigarro en mano. Todo carecía de sentido. Aquel hombre estaba muerto. Era el primer cadáver que había visto nunca, el de su amigo. Hacía años que no le veía, y su relación nunca había sido muy profunda, compañero de su antiguo trabajo, de cuando trabajaban juntos en aquella editorial de poca monta. Cuando la compañía quebró perdieron su relación, él encontró trabajo a los dos meses en el periódico local, mientras que su amigo no tuvo esa suerte… el alcohol lo condenó. Triste hombre en una triste sociedad que no le aceptaba.
Él pensó en el motivo de su reencuentro. Todo comenzó con aquella silueta con la que se topó en el callejón de su casa, encapuchada con una túnica negra. Se acercó a él y de pronto enarboló algo similar a una empuñadura metálica, de ella fluyó un haz de luz rojo intenso que iluminaba la cara del ser. Llevaba una máscara roja y negra que le cubría toda la cara. No pronunció palabra, simplemente realizó un salto hacia él… un salto de unos 10 metros de altura, realizando una voltereta en el aire. Aquello era sobrenatural. La idea de que fuese todo una pesadilla fluyó constantemente, pero cuando se poso con aquella gracilidad frente a él y le agarró por la garganta se dio cuenta de cuan real era todo aquello. El calor de aquella hoja fulgurante en su brazo… el miedo fluyó por cada parte de su cuerpo, lo atenazó… intentó revolverse, pero fue en vano. De pronto un disparo surgió de la nada, y el ser lo soltó, empujándolo contra la pared. Cuando miró en la dirección del estruendoso sonido del arma vio a su amigo, con los ojos abandonados al terror, metido dentro de un mugriento seiscientos negro. Éste siguió disparando, pero el ser esquivaba o hacía rebotar las balas con su arma de una forma espectacular, impropia de un ser humano. Se dirigió con velocidad hacia aquel pobre diablo, y éste, al ver peligrar su vida, volvió a tomar las riendas de su vehículo y salió quemando las ruedas. La silueta enmascarada dio la vuelta y él dedujo que le estaba mirando. Solo de nuevo, rápidamente se incorporó y localizó la puerta trasera de un bar muy conocido en la zona por su mala reputación. De una patada echo la carcomida puerta abajo y penetró en el almacén del bar. Por el ruido de las pisadas tras él dedujo que el ser estaba decidido a cobrársele como víctima. Siguió corriendo desesperadamente, dejando atrás el almacén. El bar estaba únicamente iluminado por la luz nocturna, y chocó con varias sillas, incluso con la barra del bar. El hombre se dio la vuelta, y pudo observar la silueta en el umbral de la puerta. Volvió a dar media vuelta y se lanzó con decisión hacia la cristalera que hacía las veces de puerta del bar, destrozando en mil pedazos el vidrio y cayendo al suelo en el intento. Rápidamente se incorporó y se lanzó a correr por las callejuelas, pero el ser no se quedó atrás y dio comienzo a la persecución. Se dirigió a la parte más poblada de la ciudad y entró en un oportuno autobús que pasaba. Una vez las puertas del vehículo se cerraron se permitió el lujo de soltar la respiración. Cuando miró por la ventana vio a la silueta, con su arma apagada, observándole. Fue entonces cuando recibió un mensaje de su amigo, citándole en una casa rural a las afueras de la ciudad dos semanas después.
El hombre no pasó por casa ese día, y cogió una habitación en un hostal por un mes, ante el asombro del agradecido dueño. Dos semanas después se dirigió a la casa rural. Cuando llegó pudo ver varios coches de policía y de urgencias junto a la casa rural. Cuando llegó vio el cuerpo de su amigo en el suelo. Los técnicos de emergencias estaban metiendo su cuerpo en una bolsa… solo su cuerpo, la cabeza estaba unos metros mas atrás, cercenada completamente, y cauterizada la herida. Sus ojos, desorbitados, grabaron la escena, mientras que él no pudo hacer menos que vomitar. Asustado y confundido volvió a coger su coche de vuelta al hostal.
Y allí estaba, meditando sobre la cama de aquel mugriento hostal, cigarro en mano, recordando lo extraño de esa situación, los sucesos ocurridos dos semanas atrás, el cadáver de su amigo, ahora probablemente en una cámara frigorífica… un sonido aporreó su puerta, acababa de llamar a su amiga Christie, seguro que era ella. Por fin podría largarse de ese infierno, volver a la capital con ella, olvidarse de todo. Abrió la puerta con excitación. Cuando abrió la puerta sus ojos se abrieron desmesuradamente, reflejando una intensa agonía. Ahí estaba ese ser. Una fuerza invisible le estampó contra la pared opuesta, pasando por encima de la cama. Aquel hombre entró en la habitación, de nuevo aquella fuerza invisible movió la cama al otro extremo de la sala, de por sí pequeña. Un camino sin obstáculos se abrió entre los dos. El hombre se sintió condenado. Primero vino el miedo, luego la confusión, a la que precedió la frustración y, finalmente, llegó la resignación. El periodista se incorporó, quedando de rodillas, observando a aquel ser, que de nuevo activó aquella extraña arma. Ahora sabía qué había rebanado la cabeza de su amigo. El hombre cerró los ojos.
Allí estaba su presa… al fin, el trabajo que su maestro le había ordenado, aquel peligro potencial que amenazaba su hegemonía. Lo más seguro es que ni siquiera supiese porque estaba a punto de morir. Enarboló el sable laser, y miró a su víctima sin compasión alguna en su rostro.
De un certero movimiento, el haz de luz seccionó carne, músculo y hueso, y separó la cabeza del torso de aquel hombre. Fue una tarea sencilla. El ser dio media vuelta, desactivo el sable laser, lo enfundó, y salió de la estancia. Por fin se alzarían de nuevo.

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